Desde adolescente, soy una persona profundamente contraria a la religión. Me cuesta entender que alguien crea que hay un ser superior, casualmente parecido a nosotros, que dirime nuestros destinos y se cree con la capacidad de enviarnos al cielo o al infierno en función de sus criterios personales. Me cuesta entender no solo que lo crean, si no también que lo acepten como algo bueno y deseable. Sin embargo, me encantan las serendipias y no solo por su encanto natural si no porque tengo la total y absoluta convicción aunque sepa que es mentira, de ahí la incoherencia, dualidad o, en palabras de Orwell, doble pensar de que son señales que el universo nos envía.
Me gusta pensar que cuando el gel forma un corazón en la esponja es porque el amor existe y, más importante, soy querida. Que cuando se me acaba el contrato en una fecha determinada, es para que pueda disfrutar de mi cumpleaños, mi aniversario o una mañana desayunando como mi abuela. Que si llego a clase y alguien lleva un lazo del color de mi pelo es porque, evidentemente, el universo quiere que seamos amigas. Y así con todo.
Y sí, sé que son estupideces, como puede serlo el horóscopo, rezar cada mañana al despertar o leer libros de autoayuda, pero al fin y al cabo son esas pequeñas cosas sin explicación las que nos hacen sentir un poquito menos solos cuando la luz se apaga y estás a punto de dormir.
Y ¿sabéis qué? Hay personas que son así, personas que aparecen de pronto cuando tu no buscas nada, personas que cambian tu vida y hacen que todo mejore, que la vida sea un poco más fácil, mucho más luminosas. Y esas son las mejores serendipias.
Si has llegado hasta aquí, gracias <3
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