La educación del futuro (o el futuro de la educación)

 



Hace muchos años, cuando todavía no sabia que algún día sería maestra que por cierto, es una palabra mucho más bonita que profesora, en Secundaria falta marketing leí un libro titulado "El maestro y el robot" de José A. Cañizo Perate. Cuenta la historia de un pequeño pueblo de niños y ancianos en el que el maestro es sustituido por un robot, lo que lleva a la casi total deshumanización del pueblo que cae bajo el hechizo de estos seres de metal. Con ayuda de uno de los niños y del mudo del pueblo, el profesor consigue sacar a todo el pueblo del hechizo y recuperar la humanidad. Cuando lo leí, supe que eso era una quimera, una locura... Un profesor jamás podría ser reemplazado por un robot, por muy bueno o muy buenas intenciones que este tuviese. A día de hoy, y pese a que entiendo el ludismo que impregna toda la obra, sigo pensando lo mismo. 
La edición que yo leí en su día

Yo no sé como será el futuro ojala saberlo, me ahorraría mucha ansiedad, pero si sé que siempre habrá profesores. Seamos mejores o peores profesionales, siempre va a ser necesario alguien que guíe (o lo intente) a los alumnos. Un factor humano que transforme los contenidos ajenos y fríos en algo amable, significativo. 
Pero eso no significa que no crea que va a haber cambios. Por supuesto que la tecnología va a entrar en las aulas,quién sabe si no acabaremos teniendo recreaciones históricas en forma de hologramas o incluso podamos vivir los episodios de primera mano a través de experiencias virtuales del tipo a las de Sword Art Online. También creo o más bien quiero creer que los gobiernos acabarán entrando en razón y se darán cuenta de que el mundo es cada vez más complejo, que las realidades de los alumnos cada vez tienen más diferencias y que, para que la educación sea de calidad, es necesario que se personalice lo máximo posible y eso es imposible con unas ratios de 30 alumnos por aula. Quiero pensar, que debido a esto, nos permitirán ser más flexibles. Que nadie tendrá que abandonar los estudios por no poder ir a clase o tener que trabajar y que usaremos la tecnología a favor de la igualdad de oportunidades. 
Sí, lo reconozco, me gusta ser positiva, utópica, porque, al fin y al cabo, para eso sirve la utopía ¿no? Para caminar. 



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